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Capítulo 6. Las melodías no se bailan bien

El mayor problema con el que se encuentra un bailarín es que hay muchas canciones buenas. Curioso, pero real. Ocurre con frecuencia que los temas que se pinchan son buenos y están en el rango apropiado de BPMs, pero que no son bailables o no lo son fácilmente porque el ritmo está supeditado y completamente al servicio de la carga melódica de la canción.


José Mardi me hizo un comentario que creo que encaja aquí perfectamente: “puedes poner muy buena música y que la gente no te baile porque no tienes el gusto suficiente en las canciones para la pista de baile. Puedes poner buenas canciones, pero que no son bailables”


Es habitual entrar en un club y que suenen excelentes temas, pero que no se bailan. Y no se hace porque falta intención en el beat, porque no tienen un ritmo marcado que facilite la labor del bailarín.


Hay estilos, como el Power Pop, por ejemplo, en los que resulta una ardua tarea encontrar temas bailables, a pesar de que hay innumerables canciones fantásticas que entrarían en el rango apropiado de BPMs.


Todo el mundo conoce canciones buenas con las que disfrutas en el coche, en la ducha o en un concierto, pero que no son acertadas elecciones para bailar, aunque las hayas escuchado en sesiones por ahí. Busca una canción de Weezer, de Teenage Fanclub, que las tienen buenas a montones, que encaje en las condiciones de ritmo marcado y groove que hemos comentado. No hay muchas. Lo mismo diría sobre The Smiths, por ejemplo. Tienen grandísimas canciones, antológicas, pero son temas que, más que bailar, se corean. Este tipo de canción, ajustada en beats pero insuficientemente marcada en ritmo, es uno de los mayores enemigos de una sesión ya que puede hacer pensar que sí, pero no. ¿Por qué? Porque las melodías no se bailan bien.


Por supuesto que en ese estilo pueden encontrarse canciones bailables, pero son excepciones. Por ejemplo, la primera canción del disco titulado como el propio grupo “The Cars”, Good times roll (1978) / 114 BPMs. Considero esta canción una “masterpiece”, una irresistible excepción cargada de groove de principio a fin, con guitarras contrapunteándose y un teclado que van llevando al bailarín en volandas. Es una canción que funciona divinamente como inicio de sesión, lo que le añade un plus adicional de lo que se hablará en su momento. Pero, ojo, también es la única que considero buena para bailar del disco, aunque todo él es excelente.



En general, los estilos que han orientado su sonido hacia las guitarras no son fácilmente bailables. Ocurre también en la “americana”, en el “rock oscuro” de influencia más europea y en los sonidos que aquí se han denominado “indie”. En todos ellos, la canción va orientada a dar soporte a una melodía vocal y la base rítmica suele ser un colchón en el que apoyarse. Las canciones se estructuran a la búsqueda de un momento épico, una melodía que recordar, al hallazgo de la palabra clave, del verso acertado. Es, en definitiva, otro modo de canción de autor. Seguro que los que hacen este tipo de canción no la visualizan pinchada en una discoteca con todo el mundo bailando como loco a su son, porque no es esa su intención.


Decía al inicio de este capítulo que este es el mayor problema con el que se puede encontrar un bailarín porque existen multitud de canciones equívocas y se las puede encontrar sonando en cualquier pista. Temas que pueden llegar a ser hits en los conciertos, momento en el que la gente los corea, los salta, los escenifica. Pueden ser canciones muy emotivas y que muchas veces cuentan con el rango adecuado de BPMs, y ahí está el peligro, en esa impresión que causan. Son canciones “falsamente bailables”.


El mundo está lleno de canciones buenas, muy interesantes para escuchar, pero peligrosas para una sesión. Son temas que, de algún modo, delatan al DJ que las programa porque se ha dejado coger en la trampa de la emoción que trasmite, pero la emoción, sin un beat marcado, tampoco se baila bien.


Las canciones que todo el mundo corea y salta en un concierto generan una expectativa que la mayoría de las veces no se corresponde con la respuesta en la pista. Muchas de esas canciones se podrían considerar aptas para bailar porque cumplen en BPMs y además tienen una carga sentimental asociada que puede confundirse con el groove, esa otra parte necesaria además del beat. Canciones que cuando se programan en una sesión acaban provocando una situación incómoda porque, pasado ese momento sentimental del recuerdo, del impacto en el oyente que la conoce, pasado el “momento coro”, a la canción le falta algo y el bailarín piensa, “que acabe pronto”.


Pet Shop Boys es uno de los grupos cuyo directo más me ha impresionado. Por muchas razones, aparte de un repertorio difícilmente igualable. Los ingenieros, diseñadores, los visuales, todo es incontestable, y divertido. Te deja boquiabierto, feliz. Pues tiene una gran colección de éxitos que se podrían incluir en la categoría de falsamente bailables. La mayoría de esas canciones no entran, no funcionan en la pista debido a su enorme carga melódica.


Incluso se podría decir algo parecido de buena parte del repertorio de, llámame SuperSnob si quieres, New Order (y Joy Division), que también son favoritos míos y de medio mundo, pero que comparten el problema, muchas de sus canciones acaban haciéndose largas en la pista porque están muy orientadas a la melodía y les falta punch, golpe, intención en el beat.


Otro ejemplo, muy fácil de ver porque se puede comparar consigo mismo, es Claptone, que en su disco Charmer (2015) spotify:album:0OOjsSNzKmfzo1j6Z82PNG puedes dejarte caer en bastantes de sus tracks porque las canciones tienen intención en el beat, es el ritmo el protagonista y se puede bailar una buena parte del disco. Sin embargo, en Fantast (2018) spotify:album:2yQ0gnJqaKIa9rufOe44Vn, podría parecer que sí, pero no. Sólo alguna canción suelta es apropiada para la pista. En este disco, el DJ y productor cuenta con parecidas colaboraciones, pero en la producción, en la intención de los temas apoya las melodías vocales, y ya se sabe a dónde conduce eso en una pista de baile.


Es lo mismo que sucede con Roosevelt, otro alemán, heredero de los Pet Shop Boys, que de haber orientado sus producciones hacia un ritmo más marcado, sería imparable en la pista porque sus dos discos hasta el momento tienen la gracia necesaria, pero gran parte de sus canciones pecan del mismo mal para el baile, excesiva carga melódica.


Esa falta de punch, golpe, intención en el beat, de muchas canciones falsamente bailables es, de hecho, la base del recurso fácil de muchos remix que pueden encontrarse a patadas en los que alguien añade un “bombo a negras” en subgrave para marcar más ese insuficiente beat original y tratar así de mover a bailar en una pista. Y ya tenemos otra canción de baile de baratillo con su “bum-bum-bum-bum” y la melodía del hit que tanto gusta, pero sin ningún encanto.


Y es que es difícil, aunque no imposible, hacer que una canción con gran carga melódica sea también un hit para bailar, una canción que lo tenga todo. Veamos un ejemplo. Con el disco Young Americans (1975), spotify:album:0lITGovWgaQGi42EfqcE5P David Bowie quiso demostrar a los americanos, grabando allí mismo, en USA, que dominaba el soul como si hubiera nacido negro, criado asistiendo a las misas del domingo y cantado en el coro góspel desde niño. David ya tenía amigos en NYC porque había producido el Transformer spotify:album:5SqbMEyAt8332ISGiLX0St, de Lou Reed, unos años antes. El mutante, que andaba flaco, muy flaco, por las sustancias llegó a encontrarse con John Lennon y colaboraron en un hit del álbum, Fame, canción también maravillosa para bailar y que también recomiendo por otros motivos, pero la canción de la que hablo es otra, un clásico de Bowie que aguanta en la pista esos algo más de cinco minutos con tan sólo 83 BPMs. Este imparable artefacto, titulado como el disco, Young Americans, tiene una de las melodías más bonitas y claras que se puede uno encontrar en una pista, pero también cuenta con un piano para acentuar el ritmo, un saxo tocado desde el fondo del alma, incontables giros vocales del monstruo sobre la melodía principal, un estribillo prodigioso con tremendos coros y todo ello tocado por la magia del groove de principio a fin. Y digo más, si el bailarín conoce la canción, es un verdadero detalle ofrecerle esta delicia para bailar. Con todo esto, además, Young Americans es otro tema excelente para abrir una sesión, tema que tocaremos en capítulo aparte.



Llegado este punto, y aparte, creo que puedo anticipar aquí la importancia de que la sesión cuente con algún tema conocido por el bailarín para que disfrute y derroche su expresividad con la seguridad que le proporciona saber el momento en que se produce cada giro, cada detalle. Sobre este asunto, Finalversion3 comenta que “conocer el estilo y algunos temas hacen que sientas que eres parte del movimiento, pero el placer de tener muchos nuevos temas por conocer hacen que el DJ pueda sorprenderte. No concibo peor noche que una en la que conozco todos los temas, para eso están los karaokes


Una buena canción para bailar no sólo tiene que ser buena, debe también contener diferentes puntos de enganche. Uno, sin duda, debe ser el beat, pero además incluirá diferentes patrones repetitivos de modo que el bailarín pueda seguir uno u otro y cambiar según el momento favoreciendo sus ciclos de movimiento, ganando en expresividad y evitando la monotonía.


Si una canción no invita al baile, si no mueve a bailar al propio DJ, mala cosa. A este respecto, Laurent Garnier, uno de los DJs más reconocidos del mundo en la actualidad porque ha sabido evolucionar con los tiempos, incluso por delante de los tiempos, comentaba en su libro Electroshock que no entendía que un DJ no fuera también un enamorado del baile, porque esa debe ser la manera de programar canciones, uno debe excitarse al seleccionar un tema, debe sentirlo, debe querer bailarla. Estoy de acuerdo con él.


Y también Miqui Puig que comentaba: “cada día que pasa sueño más con ir a los sitios a bailar. Oye, que vamos a hacer una fiesta y te vienes tú a pinchar, me dicen. Y yo, no, no, si me invitas a la fiesta, yo iré a disfrutar, iré a bailar. Déjame disfrutar, déjame bailar. Sobre todo en el extranjero, que no me conocen, lo que he disfrutado en sesiones, en clubs…..”


Lo único que puede reprimir al DJ para que no salte a la pista a bailar lo que él mismo está pinchando es ver que se está disfrutando con su selección y los bailarines están expectantes por conocer cuál será la siguiente canción en sonar.


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