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Capítulo 12. Baila sin prejuicios

El capítulo anterior terminaba hablando de libertad, y así comenzará este también. En 1990, George Michael publicaba la canción Freedom! ´90, un título que no tiene nada de casual ya que estaba incluido en el álbum Listen Without Prejudice, disco que él tituló así por algo. Creo que George esperaba que nos fijáramos en el contenido de ese álbum, sin más, y que fuera sólo su música la que lo representara.


Pues apliquemos el mismo baremo, la misma vara de medir, en lo que respecta a las canciones que se eligen para bailar. Ese sería mi punto de vista. La canción cumple los criterios de ritmo marcado y groove, entra. No cumple, fuera. Sin añadir otras características, otros condicionantes. Sin prejuicios. Busquemos la libertad, bailando sin prejuicios.


Recuerdo un documental sobre la vida de George Michael que me sorprendió por la capacidad de lucha de este hombre que peleó larga y tenazmente, durante años, contra una multinacional de la edición sonora por temas contractuales, invirtiendo en ello mucho de su dinero también. Mucho, mucho. Un hombre que defendió sus ideales y que está muy alejado de la imagen que seguramente tiene la mayoría acerca de él, basada en hechos puramente anecdóticos y superficiales. Cómo no, el documental se titula Freedom. Según leo ahora, cuando un periodista le preguntó cómo le gustaría ser recordado, contestó “gran compositor. Y espero que la gente piense en mí como alguien que tuvo integridad. Espero ser recordado así. Muy improbable. Creo que todo ha sido una pérdida de tiempo”.


Lamentablemente, este comentario de George Michael explica muy bien nuestro comportamiento habitual. Somos así. Juzgamos por lo que sabemos, es decir, con lo poco que sabemos. Y dada nuestra ignorancia sobre la mayoría de temas, prejuzgamos en demasiadas ocasiones y sobre muchos temas, pero seguramente en la música lo hagamos todavía más porque en nuestra sociedad la música popular es percibida generalmente como mero entretenimiento, algo poco relevante, incluso accesorio y aún estamos muy lejos de que sea considerada como Arte, con mayúsculas, por lo que cualquiera, con o sin fundamento, puede opinar y emitir juicios sobre ella, prejuicios en muchas ocasiones.


E igualmente ocurre, y por motivos similares, que un grupo amplio de aficionados a la música popular considera un arte menor la música para bailar, ya que cuando la comparan con, por ejemplo, la música de autor aparece como menos relevante o accesoria. Y todavía más, la música electrónica para la pista es, si no despreciada, considerada como un subgénero olvidado por un sector no desdeñable de aficionados a la música de baile.


El joven Finalversion3, cuando todavía era más joven y no pinchaba aún con ese nombre, me dio una respuesta de viejo sabio cuando le comenté que había muchos aficionados a la música que consideraban la electrónica como un género menor: “yo creo que cualquiera que considera un determinado estilo musical como menor es porque, simplemente, no ha profundizado y no ha sentido lo que sienten las personas cuando entienden un género y comienzan a tener emociones relacionadas con ello. Si no has disfrutado de él, no tienes sentimientos ligados al género musical y no puedes asociar nada. Sin embargo, cuando acudes a festivales de ese tipo de sonido, empiezas a conocer gente relacionada, te pasan cosas, te enamoras mientras suena una canción, entonces tienes recuerdos que asocias al género y desarrollas apego a ese sonido y se convierte en la música que escuchas. Si consideras un género como menor es porque no has dejado que esa música penetre dentro de tu ser


Y podríamos seguir con el jazz, por incluir un género amplísimo y muy poco representado en las pistas hoy. Aunque en concreto el “swing” fue muy popular en el baile con orquestas de la primera parte del siglo XX y últimamente se ha reactivado como baile retro y se practica en escuelas de baile, no es habitual encontrarse temas de jazz en una sesión de música para bailar, pese a que sí hay corrientes y grupos que han fusionado y “sampleado” temas de jazz con música electrónica creando excelente música de baile. En esa línea, US3 o St. Germain han sido paradigmáticos, y el dúo Wagon Cookin, en nuestro país, también ha hecho una reseñable aportación.


Creo que vale la pena mencionar aquí también lo que están consiguiendo Meute al realizar versiones de hits de música electrónica, house y techno. En sus “covers” son capaces de resaltar más el groove al utilizar una revisión “jazzy” de los temas, pero ejecutadas con instrumentos de “marching band” que tocan una docena de músicos en unos directos que se están convirtiendo en indispensable fin de fiesta en muchos festivales y que están consiguiendo eliminar barreras, prejuicios en definitiva, e interesar a más público por la electrónica.


Pero, ojo, tampoco yo me libro de los prejuicios. Uno de los míos, que igual ya se ha percibido a estas alturas, tiene que ver con el Reggaetón y no es, creo, por falta de exposición, ya que está presente por muchos lados. El caso es que las imágenes que acompañan las canciones en los vídeos que aparecen aquí y allá son en, prácticamente el 100% de los casos, protagonizadas por chicos o chicas latinos relucientes y depiladísimos que, por los signos externos, representan ser gente con dinero que, eso sí, baila y se codea sin reparo con personas de barrio en localizaciones caribeñas en las que se anda con ropa escasa. Barriadas pobres pero limpias en las que vive gente joven, alegre y de gran belleza, reflejando un mundo en el que la imagen es dios y conseguir sexo a través de un cuerpo impecable es el santo grial.


En resumen, he desarrollado un rechazo a la estética, y a la ética, que acompaña esta música. Igual me equivoco, pero me parece un intento burdo de manipulación, como si estuvieran tratando de vender bolsos de Louis Vuiton en barrios marginales, algo impensable, irreal e ilógico, pero que se presenta como natural, cotidiano y, desde luego, sexy, para que, finalmente, todo el mundo acabe llevando un triste bolso de falso LV con el logo de la marca. El estereotipo importado de USA, jóvenes latinos o negros que se han hecho ricos con el Hip Hop, pero trasladado al caribe. El caso es que tengo anticuerpos contra el Reggaetón y, aunque su ritmo es atractivo, el tufo que lo rodea me repele.


En fin, aquí me tienes, adalid de la variedad y con algunos prejuicios. Mea culpa. No estoy libre de pecado, pero trato también de no tirar la primera piedra. Y dejo abiertas las orejas porque tengo claro que hay algo que no entiendo bien y que me estoy perdiendo.


Creo que, por motivos similares a los que yo he confesado, la música latina está, casi exclusivamente, pinchada y bailada en fiestas monográficas y raramente se mezcla con otros estilos. Por ejemplo, la cumbia, que ha sido bailada durante años en nuestras verbenas, no suele entrar entre los ritmos que se bailan ahora por aquí. Prejuicios. No nos parece raro, incluso puede ser “cool”, que suene un hit de la música disco del año 1976, el clásico I Love To Love / 108 BPMs, de Tina Charles, que tiene un ritmo cumbia como base, pero se nos cierran los oídos y se nos encogen las piernas cuando el ritmo se viste de otra manera.


A ver si esta versión del clásico A Santiago Voy / 106 BPMs, hecha de nuevo en el año 2019 por Novedades Carminha, saca de nuevo las virtudes de la cumbia para la pista de baile actual.


O este insinuante instrumental de Twanguero, excelente guitarrista valenciano que, como buen viajero va absorbiendo de aquí y de allá e incluyó en su disco de 2018, esta Cumbia Del Este / 108 BPMs, una pieza que trasmite calor y electricidad con la gracia del que conoce el chiste mejor que nadie y lo cuenta sin prisa, al tempo adecuado.


Hablando de tempo, y de cumbia, me parece muy interesante mencionar la excelente película titulada Ya No Estoy Aquí (2019), del mexicano Fernando Frías de la Parra, que relata una historia alrededor de un joven de los violentos suburbios de Monterrey que debe escapar y buscarse la vida en NYC. Una historia urbana y de desarraigo que tiene como música de fondo la “cumbia rebajada”, que los seguidores allí llaman kolombias y que no es más que la cumbia tradicional, pero bajada de tempo hasta 80 BPMs o menos, ritmo que las pandillas de jóvenes protagonistas bailan de una manera especialmente atractiva.


Lo que está claro es que los ritmos del reggaetón o de la cumbia no tienen la culpa, y al igual que otras músicas de origen latino podrían ser más y mejor disfrutadas si no tuviéramos tantos prejuicios. Enlazo aquí una sesión latina de mi amigo Di Joao que da una idea clara de lo que quiero decir.


Pasado este momento de abierto confesionario y hecho también un público acto de contrición, será una suerte si en una misma sesión, además de George Michael, bailas a The Chemical Brothers, Underworld, Solomon Burke, Jovanoti, Tom Jones, Stevie Wonder, DJ Koze, The B-52´s, Taj Mahal, Arthur Conley, Arctic Monkeys, Los Mambo Jambo, Rinôçérôse, LCD Soundsystem, Confidence Man, Wagon Cookin´ y Joe Crepúsculo, por poner unos ejemplos. Reconozcamos que tenemos bastante ignorancia y muchos prejuicios. Seguramente más los propios bailarines que los DJs, y por eso las fiestas que se petan son de los 90, “remember”, electrónica, música latina y de este o aquel tipo de sonido, exclusivamente, excluyentemente, abandonando todo lo demás.


Para los más excluyentes solo diré que en el pecado llevan la penitencia. Ellos se lo pierden. A continuación, algunos ejemplos acerca de lo que intento expresar.


No hay nada más Sonido Manchester que este grito arrebatado de 6 minutos y medio de George Michael que se llama Freedom! ´90 / 90 BPMs. Si no la conoces, te animo a que la escuches sin más. Lo tiene todo para ser una de las mejores canciones para bailar que uno pueda imaginar. Un hit que puede entrar en cualquier momento de una sesión y te pinta un “smiley”. Y vale como excelente canción inicio también, que tiene plus.


No es muy habitual, creo, que esta canción suene para bailar y entre en las listas de “sonido madchester”, sin embargo, compara con el tema Step On de los Happy Mondays / 120BPMs, considerado estandarte del movimiento, que publicaron el mismo año 90 un álbum en la cresta de la ola titulado Pills ´N´ Thrills And Bellyaches. Es casi un capricho para un DJ poner esas dos consecutivamente. Y algo más, aunque no es un asunto que añada o reste valor al hecho en sí, los Happy editaron su disco dos meses después que George.


Y de nuevo “tres cuartitos” de lo mismo ocurrirá cuando escuches esta I Walk On Guilded Splinters de Johnny Jenkins (1974) / 95 BPMs , con ese apoyo rítmico tan tradicional en el 2 y en el 4, al que se añaden otras percusiones alrededor que le dan un groove irresistible desde el inicio, una guitarra arrastrada sicodélica, coritos en la misma línea y todo el swing este hombre que, sin duda, mereció más pero que no pasó de la segunda fila en una década con mucha competencia de altísimo nivel. Ocurre que Jenkins queda catalogado en la música negra soul-blues, y de ese cajón no hay quien lo saque.


Pues súbele algo los BPMs en tu cabeza y compara con este otro gran emblema del movimiento, The Only One I Know (1990) / 113 BPMs, de The Charlatans. Mismo ritmo e igual concepto en las percusiones, base del sonido madchester, coros. Pues se clasifica en otra área y no sale de ahí, pero podrían bailarse en la misma sesión. Habría que probarlas en este orden subiéndole el pitch a la primera. Creo que encajarían y una sorpresa agradable para el bailarín.


Somos muy prejuiciosos. No es nada malo, lo que ocurre es que no sabemos lo suficiente de todo. Pero cada día podemos remediarlo un poco. Te propongo que escuches esto antes de continuar leyendo.


Ahora dime si sorprende o no que las palabras que suenen lo hagan en italiano después de casi 2 minutos y medio de una de las intros más mágicas que conozco. No tengo nada contra el italo-disco de la época, pero esto es otra cosa, es Il Veliero, de Lucio Battisti (1976) / 117 BPMs. Pocos temas mejores para bailar. El groove llevado a la hipnosis. El bailarín puede agarrarse a cualquier instrumento. Parece que no es de este mundo. Casi seis minutos en ese bucle, esperando que la cosa estalle y todo se rompa, pero no, aguanta siempre al límite. Una maravilla que podría sonar dos veces seguidas y ahí seguiríamos, hipnotizados.


El ritmo es bastardo, por tanto se le pueden encontrar muchos padres y madres, y de muy distintas procedencias. De modo que, si en su día se fusionaron ritmos negros y blancos para crear músicas mestizas manteniendo el ritmo, o modificándolo para acoplarlo mejor a las necesidades expresivas de cada momento, hoy, que se va de una punta a otra del mundo en 24 horas y que el acceso a todas las canciones, ojo, a cualquier canción, es prácticamente inmediato, deberíamos aprovechar esa bastardía y que luciera con orgullo en esas mezclas que los DJs, siempre fabulosos, son capaces de crear como quien inventa un nuevo cuento.


Un DJ bastardo y orgulloso puede mezclar este Getaway del británico Georgie Fame & The Blue Flames (1966) / 94 BPMs, una pieza jazzy que es un himno del órgano Hammond


con un canto sudafricano lleno de coros y ritmos obsesivos apoyados con el teclado, Sixolele Baba, de Chicco (1999) / 94 BPMs.


Y esta anterior con El Tonto Simón, de Radio Futura (1985) / 96 BPMs, un retrato de la España profunda cargado del groove que produce la falta de prejuicios con la que afrontaban su música los Futura.


Se pueden romper los moldes encadenando el ciclón Bobo! Do That Thing de Willie Bobo (1963) / 89 BPMs, un clásico de las orquestas del latin jazz que no te deja parar,


con The Club, de Nick Lowe (2007) / 165 BPMs (subiéndole los BPMs), uno de los más grandes creadores de pop de los últimos 50 años y que mejor ha sabido crear una conexión entre la música country de tradición americana y el pop, como la que muestra este tema que también incluye ese sarcasmo tan british. Se pueden bailar una tras otra a las mil maravillas. Doy fe.


La mezcla bastarda es la aventura más sorprendente y el recurso artístico más sobresaliente con el que un DJ puede contribuir a seguir abriendo caminos de unión y armonía entre las culturas del planeta, mezclando sus preciadas preciosas músicas para ayudar a que individuos de cualquier parte del mundo busquen la libertad bailando.


A estas dos canciones que incluyo a continuación las separan bastantes años, su clasificación estilística, el Atlántico y también la raza de los músicos que las interpretan, pero las une la pista de baile, un deseo primario que las hace encajar con tan solo mover arriba el pitch de Struttin´ de Primal Scream (1994) / 103 BPMs, un instrumental que podría catalogarse en Sonido Manchester


y que se puede mezclar muy bastardamente con el más que famoso Rapper´s Delight de The Sugarhill Gang (1979) / 111 BPMs, una pieza que, con seguridad, mantiene toda la gracia de Good Times de Chic, ya que toma su base rítmica de pleno (también bastardos estos “copiones” de la Sugarhill) para crear el primer tema de rap que arrasó en todo el mundo. Otra cosa buena de esta bastardía es que de ambos temas se puede extraer la parte que el DJ decida, ya que la duración de los dos seguidos supera los 22 minutos, pero eso dependerá de lo cómodos que se sientan esos bailarines sin prejuicios en la pista.



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