Parece claro que el número “golpes por minuto”, Bets Per Minute (BPMs), es esencial en la música para bailar. Y creo que tiene una lógica ligada al comportamiento y a la evolución de nuestra especie. Además de la voz humana, un instrumento que llevamos puesto de fábrica, seguramente fue la percusión, el batir de dos objetos, lo primero que se utilizó para hacer música. La elevación del tono de la voz, emitiendo sonidos, y el ritmo conseguido con la percusión pudo ser el origen.
Probablemente, golpear dos objetos que produzcan un sonido característico, hacer palmas, chasquear los dedos con una cadencia repetitiva es lo que la mayoría de las personas que no dominen un instrumento harían si se les pide que creen algo que se pueda bailar. Generar ese sonido de “beat” es sencillo, se puede hacer de muchas formas, está siempre a nuestro alcance, es lo más primitivo y también la base de la más moderna música de baile.
Miqui Puig, a este respecto, comenta una anécdota que considero que vale la pena reflejar aquí: “hace años, cuando empezaba a escuchar rock steady, una tarde estaba oyendo música en mi habitación y mi padre se acerca para llamarme para cenar. Al oírla me pregunta, ¿estás escuchando música de festa major? Quiero decir con esto que esa música es una mezcla del pasodoble, el calypso, el bembé, que hace una evolución en Jamaica poniéndole más ritmo, etc. Al final, hemos terminado bailando techno que es lo que bailaban nuestros ancestros, los tambores”
En un tema de ritmo bien marcado, conforme aumenta la cadencia del “beat” se va haciendo necesario ayudarse de algún movimiento corporal para seguirlo mejor, para acompasarse, y con un poquito que pongas de tu parte ya puedes comenzar a bailar. De acompasarse con el beat a bailar sólo hay un paso. Tal cual.
Pero, ojo, no se trata, en absoluto, de meter canciones de 120 BPMs y ya. Las buenas canciones para bailar deben contener, obligatoriamente, ritmo marcado y groove en proporciones variables.
De hecho, se pueden encontrar muchos temas por debajo de ese umbral de BPMs que son fantásticos para bailar gracias a ese otro ingrediente, el groove. Nada mejor que algún ejemplo para hacerme entender.
Superstition, de Stevie Wonder (1972), está en 101 BPMs, beats que marca y diferencia el golpe de batería como un reloj, tic-tac-tic-tac, pero cada instrumento, desde las guitarras hasta la sección de vientos están haciendo una labor fuera del beat que hace imposible no bailar esta maravilla de Wonder porque es la genuina definición de groove. Creo que no hace falta más explicación.
Sick and tired, de Johnny Jenkins (1974), es otro tema ejemplar, también del soul, que se mueve en algo más de 80 BPMs pero que es irresistible. No es casualidad, porque este género y sus derivados continúan siendo los que más están aportando a la música de baile.
Humility, de Gorillaz (2018), es un ejemplo actual, esta vez de un blanco, de canción que anda por 80 BPMs, pero está llena de líneas de groove que uno puede seguir y que, cuando las bailas, como las anteriores, se te hacen cortas, lo que es una indudable muy buena señal.
Estas canciones andan muy justitas de BPMs, bastante por debajo de lo que es habitual para la pista, pero sí conducen claramente al baile porque el ritmo es muy marcado y el resto de elementos de la canción giran alrededor de él, buscan apoyarse en el beat, lo que lo resalta de alguna manera, lo completa, hace que se capte de forma más natural y la canción, además, gana en groove.
Se podría decir que, en la música para bailar, cuando los BPMs son bajos, la proporción de groove del tema tiene que aumentar para que el bailarín disponga de elementos que le ayuden a mantener su expresividad corporal “entre beats”. Y cuanto más baje el rango de BPMs en una canción, mayor será la proporción de groove que deba “compensar” esa reducción en el beat.
Surge ahora la cuestión de, si hacemos lo contrario, si marcamos bien el ritmo y vamos aumentando los BPMs puede llegar un momento que el groove deje de ser un componente necesario para bailar.
Ya se ha comentado que, con el ritmo bien marcado, aumentar los BPMs hasta un rango natural facilita el baile, y creo que puede haber pasajes que se bailen tan sólo con el beat, pero continuar la ascensión de BPMs sin la presencia del otro componente, el groove, deja al baile desamparado, casi desnudo, sin la poética que adorna, enriquece y diferencia a cada bailarín, convirtiéndolo, prácticamente, en un mero ejercicio de gimnasio.
Por otro lado, y más importante, ese aumento en el rango de BPMs, incluso acompañado de su proporción de groove, termina por contravenir el poder de la fuerza.
Me explicaré. Rebasado un número de BPMs que podemos llamar “natural”, seguir el beat bailando requiere de una gran concentración, y además esa cadencia tan rápida comienza a hacer sufrir al bailarín, que no consigue sintonizar automáticamente, no consigue fluir, o sólo lo hace durante periodos cortos y a costa de quedarse sin aliento y sudar, situaciones ambas muy poco convenientes, sobre todo si se persigue una sesión de baile medianamente larga.
Muchas canciones claramente rítmicas ofrecen dificultades para el baile precisamente por exceso de BPMs. Esto ocurre a menudo con las canciones que se suelen pinchar de Ramones, por ejemplo, o con estilos como el ska frenético y con muchos temas de jazz que puedes seguirlos muy sencillamente cabeceando, incluso puedes hacerlo con las piernas cruzadas, meneando sólo la punta del pie, pero que cuando tratas de trasladar los movimientos a la pista de baile no es posible, se pierde la batalla porque se lucha contra una gran fuerza de la naturaleza, casi se puede decir que se va contra la ley, la ley de la gravedad.
Cuando los BPMs son muy altos, existe muy poco espacio de tiempo entre beats y el cuerpo tiene dificultades para mantener un modo de bailar natural y acompasado. Si alguno de los pasos del baile funciona con un pequeño salto, es muy fácil perder la sincronía con el beat cuando aterrizas, cuando bajas de nuevo y entras en contacto con el suelo, porque caes fuera de tiempo, vuelves a tierra cuando el momento del beat que tocaba acompasar ya se ha esfumado. Y pierdes el paso. No mola.
La gravedad actúa sobre los cuerpos se quiera o no, y un exceso de BPMs pone a prueba no solamente la destreza, también la forma física del bailarín. Rebasado un umbral, los BPMs terminan obligándolo a estar demasiado alerta en vez de fluir. Hay que ser un verdadero atleta para que esos ritmos frenéticos no te dominen y acabes claudicando ante el beat, bien por cansancio, bien por falta de sintonía. Y no sé qué es peor.
Sin embargo, con demasiada frecuencia se incluyen temas pasados de BPMs en las sesiones y no acabo de comprender el motivo. Me parece normal que a lo largo de la sesión, conforme avanza, haya una tendencia a subir el tempo de las canciones. Si la sesión es larga puede haber un “warm up” con canciones que ronden los 100 BPMs, y se puede terminar por encima de 130 BPMs de promedio pasadas unas horas, con momentos que hayan superado ese umbral, pero programar canciones de más de 145 BPMs de modo sistemático y esperar que la pista se mueva acompasadamente a ese beat es tener demasiada fe en el cuerpo humano. Estamos hablando de bailar, de disfrutar, no de batir records ni de recurrir a otros estímulos para “aguantar” una sesión.
Aunque sé que habrá quien no esté de acuerdo en lo que acabo de exponer y, a decir verdad, escuchando esta “speedica” sesión de I Hate Models, ganas de bailar sí que entran, sí. https://soundcloud.com/ihatemodels/1nn3rt1me
Y tampoco voy a discutir que el “factor edad” tiene un papel determinante y que estas sesiones tan aeróbicas son para los más jóvenes, etapa en la que ya no me encuentro.
En cualquier caso, por supuesto que hay muy buenos temas de los que disfrutar su escucha a esa alta graduación de BPMs, pero no es lo mismo que bailarlos. Con los temas bailables hay que ser más exigente que con los que te acompañan y animan mientras se hace ejercicio o se le pasa el mocho al suelo de casa.
En opinión de Miqui Puig “los beats tienen que ser los adecuados. Puedes estar bailando a 140 BPMs porque el DJ te ha llevado allí desde más abajo. Pero no puedes pretender abrir una sesión a 140 BPMs porque nunca vas a enganchar a la gente. Andy Weatherall (DJ británico 1963-2020) siempre decía que 120 BPMs, o algo menos, era el tempo adecuado para la pista de baile. Un DJ de techno o drum & bass no te va a decir lo mismo. Yo soy de los que me gusta jugar. Yo he visto a Le Hammond Inferno (una pareja de DJs alemanes) subir la sesión a 140 BPMs y la siguiente poner a Bill Withers a 100 BPMs, pero el momento era adecuado. Yo lo he hecho mil veces, meter el Can´t Take My Eyes Off You, de Frankie Valli, en medio de una sesión para crear buen rollo por su calado emocional y luego llevar al público donde tú quieras. Todo es importante, pero nada es el A-B-C. Bailar es un acto individual”
Finalversion3 añadió también algún detalle de gran interés sobre la música techno, que es la base de su propuesta como DJ y como productor: “mis sesiones suelen moverse entre los 100 BPMs, cuando abro y la sala está casi vacía, hasta los 140 BPMs, cuando estoy en la hora principal o el cierre. En los estilos que pincho no suele superarse esa velocidad en las producciones, y no me gusta elevar demasiado la velocidad a la que está producido un tema ya que, a mi juicio, se transmite menos yendo más rápido, pues apenas puedes entender lo que está sucediendo”
Amable, aclara su punto de vista al respecto de los BPMs: “El umbral es indiferente, mientras no los asfixies. Yo soy un tipo bastante ecléctico en mis sesiones, puedo llegar hasta los 210 BPMs y de repente mezclarlos a mitad de tempo. Mi rango es muy amplio, desde 70 BPMs hasta 210 BPMs, generalmente, aunque la mayor parte y la media de cualquier sesión suele estar en los 125 BPMs. Puedo ir de la electrónica a las guitarras más diversas, y los ritmos y tipos de música también varían en mis sesiones”
También considero que podríamos incluir en este capítulo canciones poderosamente rítmicas que pueden ser hits en los conciertos en directo, que incluso te sacuden por dentro, pero que no son cómodas para bailar o, directamente, no son bailables en muchos casos. Grupos de altísimo nivel y que han hecho una singular aportación a la música que tienen canciones muy energéticas, con gran poder de transmisión, auténticos hits en sus directos, pero que encuentran dificultades en la pista por exceso de aceleración.
Igualmente ocurre con gran parte del punk y otros herederos del rock energético y saltarín cuyas sensaciones no son trasladables del directo a las sesiones. Bien para el “pogo”, mal para la pista.
Este virus, pasarse de “beats”, también es pandémico y afecta a otros géneros. Quizás el origen de este mal es derivado del razonamiento “ya que el ritmo es necesario para bailar, pongamos más BPMs”. El caso es que este es uno de los errores que más comúnmente se encuentran también en las sesiones de música electrónica.
La sobreabundancia del “beat” hace muy difícil percibir ninguna otra cosa, y que el groove, también necesario, encuentre siquiera un hueco, convirtiendo el tema en una carrera extenuante que termina agotando al bailarín que decida seguirlo, dejándolo sin un momento de respiro. Esto último literal.
De hecho, la música de la “ruta” en Valencia, que comenzó siendo excitante y novedosa, y que fue el origen de tantas cosas buenas, acabó finalmente afectada por ese mal, del que casi se podría decir que murió. Un final a todo trapo en lo que se llamó “ruta destroy” que certificó su muerte. Muerte por beat.
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