Asumiendo que el bailarín viene motivado de casa, de entre los factores externos “controlables” que facilitan disfrutar de una buena sesión de música de baile, el de mayor impacto es el nivel de intensidad de sonido que se consiga en la sala.
Explicaré en qué baso mi afirmación utilizando un ejemplo. Supongamos que un club dispone de dos salas en las que simultáneamente se están programando una buena selección de canciones y los DJs ordenan y enlazan bien los temas, pero en una de ellas el volumen permite la charla amigable y en la otra el nivel de intensidad sonora te despeina, con seguridad, será la segunda la que mantenga bailando al personal.
De hecho, esta supuesta circunstancia del ejemplo anterior sucede con frecuencia. Un modo de vehiculizar a los asistentes dentro de un club que disponga de más de una sala es jugar con el volumen del sistema de sonido. El bailarín es atraído, abstraído, por el bum, bum, bum, por un nivel de sonido que, parafraseando a Ignatius con su grupo Petróleo en la canción Miedo A La Música (2019), el sonido tiene que “agarrarte por las solapas y decirte, mira, te comento”
Si se desea disfrutar plenamente de la música para bailar, el sonido tiene que abducir al bailarín. Hay que maximizar la señal que el DJ está proyectando, la señal sónica, y eliminar o reducir aquellos elementos que la interrumpan o confundan.
Pero, como sabemos bien, el nivel de intensidad de sonido que te gustaría para bailar no suele alcanzarse en muchos clubs porque los limitadores son obligatorios. Los sonómetros están instalados en los locales para frenar automáticamente la intensidad de sonido cuando esta sobrepase el límite legal, que varía en función de la licencia de actividad de la que el local disponga (bares, clubs, discotecas….). Estas legislaciones municipales estipulan límites también en domicilios, etc, y establecen multas cuantiosas por infringir esta normativa.
En la tabla que se incluye a continuación tomada del siguiente enlace se muestran los niveles de intensidad de sonido aproximados para situaciones comunes https://www.salesa.es/es/noticias/niveles-de-contaminacion-acustica-en-la-ciudad/_noticia:136/
Como se aprecia en la columna de la derecha, el decibelio (dB) es la unidad que se utiliza para comparar dos niveles de intensidad de sonido. La sensibilidad que presenta el oído humano a las variaciones de intensidad sonora sigue una escala aproximadamente logarítmica, no lineal. Así, en la práctica, cada aumento o disminución de 10dB de intensidad de sonido multiplica o divide por diez el umbral sónico relativo anterior.
Por tanto, reducir la intensidad de sonido de 100dB a 90dB no se traduce en que esa intensidad disminuye una décima parte, sino que es diez veces menor. Igualmente sucede al aumentar de 90dB a 100dB, se multiplica por diez la intensidad percibida. De modo que, moviéndonos en niveles alrededor de 100dB, unos dB de más o menos son muy notables si lo que te propones es bailar.
Las ordenanzas municipales recogen los niveles de intensidad permitidos. Aunque es variable, 90dB es un límite habitual en bares de copas y clubs, y 104dB en discotecas.
Y ya hemos llegado al punto clave. Resulta que el factor más impactante para que una sesión de baile facilite que el bailarín alcance esa sensación de libertad que busca, el nivel de intensidad de sonido, está, de salida, limitado para el DJ, porque no puede superar el límite del local. Ya se encargará el sonómetro (o limitador) de reducir automáticamente el nivel de intensidad de sonido si ese límite se alcanza. Triste verdad. Triste, ¿verdad?
Entiendo que las normativas deben ocuparse de esto, claro, pero también entiendo aquella frase que contenía la contraportada del primer disco de Nacha Pop: “este disco debe reproducirse a niveles perjudiciales para el oído”. No quiero la sordera como compañía de nadie, y menos aún de un aficionado a la música, pero sirva ese eslogan de Nacha Pop para hacer hincapié en la enorme importancia que tiene la intensidad de sonido para poder alcanzar la sensación que se busca.
En mi opinión, la mayoría de los bailarines estarían dispuestos a recibir un poco más de graves, algún dB por encima del límite permitido aunque los oídos se resientan un poquito, porque este exceso los acerca más a la sensación de libertad que el baile proporciona.
Te sugiero que hagas una prueba sencilla. Elige un tema que te guste para bailar y escúchalo a nivel medio, sin auriculares. Ahora conecta los auriculares y repite la escucha con el volumen al máximo, ese que aunque hables alto impide que escuches tu propia voz. Ya está. El peso de la intensidad de sonido en la percepción del oyente es enorme.
Amable también opina que “el primer factor importante es el sonido. Tiene que ser limpio, alto y envolvente, sin estridencias y bien ecualizado, acompañado de música idónea y adecuada para el baile. A partir de este, todos los otros factores son secundarios”
Miqui Puig: “El soundsystem es parte primordial. Y los grandes clubs británicos muchas veces son cajas de cemento con un gran sistema de sonido. Ellos fueron los primeros en eliminar la parafernalia de las discotecas, pero el sistema de sonido era vital. Yo me acuerdo que me volvía loco con el subgrave, al principio, en una discoteca que se llamaba Privat aquí en Barcelona”
José Mardi, que en su propio local, Splendini Bar i Discos, también tiene su limitador, me comentó que “hace bailar más el volumen que la selección de canciones, pero creo que en los locales para bailar, clubs y discotecas, los equipos ya son suficientes. No puedes tener un club con un mal equipo de sonido. Si es por temas legales, es otra cosa, pero, por muy buena música que se esté pinchando en un club, si está sonando mal….”
Cuando uno recuerda buenas experiencias, largas sesiones de baile en las que ha disfrutado, teniendo en cuenta todos los factores que ya se han mencionado antes (los temas que elija el DJ, el orden en que los encadene, el modo en que realice las mezclas, la compañía y el ambiente a tu alrededor así como cualquier otro factor que uno quiera añadir), en ese grato recuerdo suele aparecer un sonido poderoso.
Finalversion3 hizo una reflexión muy interesante: “creo que la calidad en la infraestructura de los clubs debería ser imprescindible antes de decidirse a montar una fiesta, pero por desgracia no es así. Igual que no puedes tener un club sin baños tampoco deberías poder tener un club sin buen sonido. El sonido es pieza clave como potenciador de emociones, conexión y propulsión de la música de club, así que es una pena que muchos clubs no puedan disponer del sonido adecuado para que así ocurra, bien por falta de inversión o por legislaciones abusivas. El soundsystem nos hace sentir la música por todos los poros de la piel y eso es clubbing, no otra cosa”
Acostumbro a frecuentar el George Best Club Bar. Un local de Valencia con las siglas GBCB al que acudo a disfrutar del baile, de los amigos y, esporádicamente, a pinchar. El George tiene el limitador a 90dB. Es la ley. Cuando el bar está animado y hay gente charlando alegremente fuera de la pista, uno puede observar cómo el nivel de dB aumenta sin que lo haga el volumen del equipo de sonido. Y si la cosa se anima mucho, y se alcanzan los 90dB, el limitador baja el nivel de intensidad del sonido de la mesa (ya que a las personas no se les puede bajar el volumen, aún)
Cuanto más concurrido, menos se percibe el sonido de la música. Eso es así en cualquier local. El George hizo un cambio que es una recomendación para cualquier local que quiera facilitar el baile. Redistribuyó los altavoces de modo que, sin aumentar los dB que recoge el limitador, el sonido llegara con mayor intensidad a la zona de la pista, quedando algo disminuida en el resto de áreas del club más próximas a la barra. Fue un cambio muy notable, y de agradecer, porque mejoró la intensidad de sonido percibida por el bailarín, lo que me ha hecho pasar muy buenas horas de baile allí.
Finalversion3 me contó que solicitaron al arrendador del local en el que hacen su fiesta de los viernes, Club Gordo, que mejorara el sistema de sonido y añadiera "subwofers" como condición para renovar su contrato porque lo consideran clave en su propuesta.
Una estudiada distribución de las fuentes de sonido es básico para un buen local destinado al baile. Habitualmente así lo hacen las discotecas. Mantienen los altavoces dirigidos hacia la pista para concentrar una mayor intensidad de sonido en la zona de baile, quedando las áreas dedicadas al servicio de bar y otras con menor impacto sónico. Lógico.
Con todo, 90dB es un nivel de intensidad que permite la conversación incluso en la zona de baile, aunque suele ser necesario acercar el oído para escuchar al que habla y este debe elevar algo su tono voz. Y, amigos, si se puede mantener una conversación es que el volumen de la música NO es el óptimo para una sesión. Se puede bailar así, cierto, pero no es el nivel de intensidad de sonido deseable.
Escena. Tú bailas, todo bien. Alguien te pregunta, cortésmente, si vienes mucho por aquí, que no te había visto antes, etc. Como es cortés, decides responder. A veces. Insiste, que si esto, que si lo otro. Se fastidió el momento y tienes que cortar de algún modo. También cortésmente. Esta escena o cualquier otra que imagines en la que intervenga la voz humana sin amplificar no es posible si los dB se encuentran en el rango óptimo para bailar. Ese es el umbral. Sorry, no te escucho. No te esfuerces. Out.
Amable tiene larguísima experiencia pinchando en grandes recintos, aire libre, salas y pequeños clubs, y una opinión muy clara al respecto: “el rango adecuado depende del aforo del local o el espacio, pero como máximo suele estar en 120dB. A partir de ese rango puede resultar insalubre si se mantiene durante mucho tiempo. Yo recomendaría mantenerlo en 110dB. Naturalmente, es importante que ese nivel de intensidad se alcance sonando bien”
Esa apreciación de la calidad del sonido también la hizo Finalversion3: “No creo que sea tanto el volumen como la calidad y presión del sonido, y la relación que tenga con la música que suena. Una sala con más volumen del adecuado pero que no está bien preparada para el tipo de música que sonará puede ser muy desagradable. Hay muchos clubs que suenan altos pero estridentes, o muy cargados de subgrave y poco definidos. Lo más importante es que esté equilibrado, y una vez equilibrado subir la ganancia hasta que llegue la policía (risas)….los dB son muy relativos, puedes tener un volumen muy alto y que esa sensación no se transmita al cuerpo, que es donde la música deja de oírse y se siente. Para mí, lo ideal es un club pequeño con mucha presión, con subgrave redondo, bien definido de agudos, pero sin demasiada dureza en los medios y que no pase de 109dB”
Lo que suele suceder en las discotecas y clubs, también en los de mi ciudad, Valencia, es que ese umbral no se alcanza. De modo que ahí me tienes, moviéndome para buscar el sitio que más se aproxime al ideal. Atentos. Cerca de una fuente de sonido, una superficie con el suelo limpio para que tus suelas puedan resbalar, una buena perspectiva de la sala, un despejado acceso a una barra y, a ser posible, que llegue algo de aire acondicionado.
Ese es tu espacio, en superficie, un metro cuadrado, eso es lo que hace falta (lo que coincide con la normativa general de aforo para público de pie en bares, cafeterías, etc). Una vez ahí, ese espacio para bailar es tuyo, por derecho, y los locales deberían garantizarlo. Como decían Vainica Doble en la canción Un Metro Cuadrado (1970), “un metro cuadrado de tierra es bastante, que la gente sepa que todo eso es mío”.
No hay que olvidar que no solo tus pies se mueven, los brazos, el resto de tu cuerpo y tu espíritu también bailan. Una pista repleta es justo el lugar del que hay que huir. No se puede bailar hombro con hombro. Hace falta sitio para moverse, como dice la canción Room to move de John Mayall (1969), que sonó cientos de veces en el futbolín al que acudíamos siendo chavales, “no puedo dar lo mejor si no tengo sitio para moverme”
De hecho, lamentablemente, es habitual que esa conexión primaria que establecen los bailarines en la pista de baile, personas desconocidas entre sí movidas por la misma ilusión de alcanzar una sensación de libertad tan difícil de encontrar por cualquier otro medio, se vaya desvaneciendo cuando los locales se abarrotan y tu metro cuadrado se comparte con otros tres seres humanos, o más, en el colmo de la mala suerte.
Cuando se dice que en un local hay un “ambiente” agradable es porque la sensación que se percibe en tu entorno es favorable para ese fin, en este caso bailar. La presencia de mucha gente en un club o discoteca no favorece en absoluto el fin que se persigue. Cuando el tráfico de personal en la pista de baile o la densidad general de la sala aumenta hasta invadir tu espacio, la magia se acaba, el ambiente agradable generado se desvanece. Plof. Se fue.
Sobre este asunto Amable da bastantes detalles: “es interesante que haya una buena iluminación en pista, descartando la luz blanca, obviamente. También es importante el ambiente, que el tipo de gente que te rodee en la pista sea respetuoso y no te agobie o intimide. Importante que haya espacio suficiente y te puedas mover en condiciones. Que el entorno sea agradable también ayuda, no es lo mismo estar bailando en una playa con palmeras que en un parking e imprescindible también una buena temperatura, ni calor ni frío excesivo y tener calzado y ropa cómoda si vas a tirarte unas horas en pista”
Finalversion3 se expresó así: “muchísima gente piensa que cuantas más personas haya en la pista, mejor es la fiesta, pero a mí no me lo parece. Creo que es imprescindible tener espacio para bailar enérgicamente sin tener que cohibir tus movimientos. Yo intento no mirar demasiado a la pista para que no me influya anímicamente, pero cuando el ambiente se enrarece por algún motivo que no sea mi música suelo darme cuenta. Estar con tus amig@s, en tu club de confianza en el que te sientes seguro y en familia es un básico para disfrutar”
Dando la seguridad por garantizada, la sensación de libertad que busca el bailarín sólo se muestra cuando la expresividad no está limitada a dar saltitos sobre el mismo punto una y otra vez porque no hay sitio. De hecho, eso no es bailar. Aclaremos, “el baile es una sucesión armónica de pasos interconectados”, como le explica el maestro a un joven Nureyev en la película El bailarín. Y esos pasos, aunque no sean los del ruso, necesitan de un espacio.
Cuando uno encuentra ese lugar, tu espacio en la disco, tu particular zona de baile, tu “personal place”, algo se crea alrededor, una especie de coto sin vallado que mantiene tus lindes inmaculadas de pies ajenos, es un lugar sagrado que incluso mantiene tu “aura” evanescente si vas al baño, a la barra o a fumar. De hecho, si el tema está funcionando, al regresar, ahí estará tu sitio, y los desconocidos, pero muy considerados vecinos de sesión, harán amablemente un ligero movimiento lateral que te permita de nuevo el acceso para que tu “yo” bailarín vuelva a rodearse de su aura.
Quizás a estas alturas haya quien pueda preguntarse qué hay de mis amigos bailarines, ya que aún no se han mencionado. Bueno, si he salido a bailar, quizás lo haya hecho yo solo. No es nada raro. Pero si están, seguro que buscan el mismo grial. Mis amigos y yo siempre hemos tenido el sitio cogido en todas las pistas que han pasado por nuestros, ay, habrá que decirlo, ya cansados pies.
En la discoteca Chocolate, en sus inicios, pinchando entonces Juan Santamaría, ya nos hicimos con ese espacio. Cumplía a la perfección todos los requisitos. Teníamos un par de altavoces detrás, estaba elevado y se divisaba al DJ, la pista y el deambular de personal que provenía de la entrada y se dirigía a la zona principal y a la pista de baile, el suelo estaba bien durante toda la noche porque no era lugar de paso, de modo que la bebida que habitualmente se derrama en el trasiego no hacía que te quedaras pegado al suelo, el camino a la barra lo hacíamos siempre bajando las escaleras desde nuestra atalaya y accediendo por un flanco que evitaba las aglomeraciones y creo que también nos llegaba bien el aire acondicionado, aunque, sinceramente, de ese detalle no me acuerdo.
La mejor prueba de que nuestro sitio era ideal es que allí, precisamente, acomodaron las primeras actuaciones “late night” que llegaron a la disco. Ahí se subieron los Radio Futura, con su formación de cuarteto, ya con Santiago Auserón al frente, para presentar sus primeras canciones antes de editar el disco “La Ley”, y de una casete grabada allí nos nutrimos el tiempo que duró la espera de aquel LP.
Cambiará el entorno, pero los lugares hallados, los santos lugares para bailar tienen esas características. En Valencia, Club Gordo tiene en el suelo una cruz imaginaria marcada para que no me pierda en ese oscuro sótano y encuentre ese lugar, entre las dos escaleras, junto a una columna que te protege un flanco, y, claro, debajo de un altavoz. En Play, es en la pista, cerca del DJ, ya que la intensidad de sonido del resto de la sala es baja.
Dice un amigo que, si no has viajado para bailar es que no has bailado lo suficiente. En Ibiza, lugar al que hemos peregrinado para bailar en unas cuantas ocasiones, Pachá, Space y, sin duda Amnesia, tienen también esa cruz en el suelo. En las dos primeras, la cruz está marcada en lugares elevados para evitar la presión de una sala generalmente demasiado poblada, y en Amnesia muy cerca del DJ, a su izquierda, bajo los bafles de una esquina de la pista de esa nave inmensa que dispone del mejor sonido que yo he podido disfrutar. Allí, donde la intensidad de aquellos altavoces te arrastra, dejando a nuestra espalda la barra del fondo, la menos frecuentada, bajando esos dos escalones, justo en el inicio de su pista de madera, está la cruz. Y allí no se habla, allí no se puede hablar. Aclaro, hablar se puede, escuchar no. Cierto es que en esas discotecas alejadas de las ciudades, o como ocurre en Barraca y Spook que continúan activas, suelen tener habilitados unos dB extra (seguro que cumpliendo todas las normativas), y ya hemos comentado que 110dB multiplica por diez la intensidad que se percibe con 100dB, de modo que resulta mucho más sencillo sumergirse en ese ambiente sónico.
En los locales de sonido óptimo, bailas como si te movieras en un fluido. Esos subgraves se acolchan en tu pecho y hacen vibrar tus pantalones igual que si recibieran un golpe de viento. En esa circunstancia el cuerpo pesa menos, ayudado a deslizarse por la intensidad del sonido y siendo balanceado armónicamente por la corriente generada por cada impulso, por cada “beat”, experimentando esa sensación de libertad al bailar prácticamente sin esfuerzo, dejándose llevar, meciéndose, como algas bajo el mar. ¡Bum-buru-bum! ¡Bum-buru-bum!
Repito, las sesiones memorables siempre van acompañadas de un sonido poderoso, un volumen que impida la charla y que convierta al oído en el sentido dominante. Se suele decir que, con la intención de concentrarse en algo que deseas escuchar con detalle, puede ser útil cerrar los ojos. De ese modo, la vista no interfiere en el canal sonoro, que es el que deseamos que domine. Pues bien, si el sonido para bailar es el óptimo, no hace falta cerrar los ojos. Serás capaz de ver las cosas de interés, sin duda, pero no dejarás de sentir el beat, no perderás la concentración en el baile ni perderás el paso.
En un documental sobre la figura de Ennio Morricone, el gran maestro de la música para el cine, maestría que le dio haber compuesto más de quinientas, ojo, quinientas bandas sonoras, comentaba el propio Ennio que, “en una escena cinematográfica, la música sólo destaca sobre las imágenes cuando el director así lo quiere” porque, de manera natural, uno es capaz de percibir más rápidamente y mayor número de estímulos a través de la vista, mientras que el oído, con poco ruido que se produzca ya se confunde y no distingue con claridad. Sólo cuando el director decide dar peso a la música en una escena, el sonido destaca, de lo contrario, las imágenes se apoderan de él.
De nuevo, la enseñanza que yo extraigo es que la iluminación de un local destinado al baile debe ser la justa para ver, para no tropezar, de ese modo la vista producirá menos interferencias ya que captará menos estímulos. La utilización de luminosos, visuales y juegos de luces debe sólo acentuar efectos sonoros, sin distraer. Por otro lado, la intensidad de sonido debe ser la óptima para reducir al mínimo las posibles fuentes de ruido que lleguen al bailarín.
Sobre el asunto de la iluminación en las salas de baile, incluyo este comentario. En 2018 se celebró el 75 aniversario de una sala mítica, la Apolo de Barcelona, al final del Paralelo, casi ya en el puerto, y encargaron a Marc Crehuet un video documental. El resultado es un docu-ficción muy recomendable, divertido y pedagógico, que refleja la importancia de la sala en la vida social de la ciudad durante varias generaciones. Es un local emblemático que ha conservado su decoración, su pista de madera y su ambientación durante años, aunque las actuaciones y las sesiones de baile han evolucionado con los tiempos manteniéndose siempre a la vanguardia.
Marc tituló el docu-ficción "Apolo: La Juventud Baila" y hay un momento en el que la pareja protagonista decide volver a la Apolo, el lugar donde se conocieron bailando, después de bastante tiempo sin pisar su pista. Según recuerdo, con los años, ambos habían llegado a experimentar cierto cansancio por la monotonía que supone comenzar a quedarse en casa sin salir porque se “estaban haciendo mayores”.
Esa decisión, volver a bailar, es lo que creen que puede salvarles, lo que les ayudará para que sus almas recobren aquel espíritu, la lozanía de la libertad que se experimentaba allí. El protagonista, poéticamente, propone a su pareja volver porque necesitan “una mica de llum vermella”. Esa iluminación tenue, roja en este caso, es la adecuada para bailar. No hace falta mucho más.
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