El principal ingrediente para ponerse a bailar, y yo diría incluso que el único realmente imprescindible, es la motivación. No estoy diciendo nada nuevo. La motivación es el motor, el elemento básico que impulsa la acción para esta o para cualquier otra actividad vital. Salir a una pista a bailar hasta cansarse requiere que ese factor esté presente.
Un buen ejemplo de lo que quiero expresar se muestra en el comienzo de la serie TREME, que actualmente está disponible en HBO y que recomiendo desde aquí. La escena sucede en 2005, justo tres meses después del devastador huracán Katrina que arrasó New Orleans. Un grupo de vecinos de uno de los barrios más afectados reúnen los dólares que pueden conseguir para contratar una de sus clásicas “marching band” y hacer un recorrido de diez o doce kilómetros bailando a su son mientras recorren sus calles y animan a su gente a seguirles, a unirse. No tenían nada, solo motivación.
Además de este hay otros factores que también influyen, sí, pero la motivación interna que te dirige y activa para el baile es la clave. Luego, la selección de canciones que suene, las características específicas de los temas elegidos, el orden en el que se reproduzcan, la gracia al enlazar las canciones, el nivel de intensidad del sonido, además de la compañía, el lugar, las luces, lo que se denomina “el ambiente”, serán factores que influirán en el bailarín para facilitar más o menos su expresividad y lo mantendrán bailando en mayor o menor sintonía con la música, pero ninguno de ellos puede competir con el ingrediente principal. Más adelante veremos en mayor detalle cada uno de esos factores y su grado de influencia en una buena sesión de baile.
La motivación es un factor interno, inicial, primario, anterior e independiente de la música y el ambiente. Con él se puede bailar sin música, y también en cualquier lugar. Un bailarín motivado puede sobreponerse a un volumen bajo, una mediocre selección de canciones, un orden de reproducción poco adecuado, una mezcla de ir por casa y un ambiente desangelado. Es capaz de superar esos contratiempos y continuar bailando porque para eso ha salido, para bailar.
Ojo, el bailarín no es un autómata, si la cosa no mejora y esos otros factores se perpetúan no alcanzando unos mínimos, acabará claudicando y terminará su sesión de baile, pero en muchas ocasiones es su propia motivación la que es capaz de levantar una noche en una pista de baile. ¡Vive dios que yo lo he visto!
“Esta noche, titirititi, tiritirí, yo me voy a bailar”, así comienza, prácticamente con su título, Esta noche me voy a bailar, una gran canción de Los Coyotes (1988)
Y esa decisión, la misma de Tony Manero en la película “Fiebre del sábado noche”, es la que dirige la acción. Ojalá que todo lo demás cuadre, ojalá que el resto de factores también sean propicios para una buena sesión de baile, pero alguien ha decidido disponer de un espacio de liberación y eso va a ser así. Esto, que puede parecer excesivo o prepotente, es el resultado de la motivación.
Seguramente todo lo que se pueda leer sobre motivación en lo que se denominan manuales de autoayuda o en libros relacionados con los negocios sea válido también aquí. La motivación se lleva puesta. A ser posible, se sale de casa con ella. No hay que tratar de buscarla a última hora cuando uno ya está en un club y ha pedido, con desgana, algo de beber. No. Si alguien no baila porque está esperando que, en algún momento, pongan “su canción” para arrancarse, seguramente no lo hará porque lo más probable es que eso no suceda. Es casi seguro que el DJ no adivine “esa” canción y que el momento esperado no llegue nunca, teniendo que volver a casa triste y sin bailar.
Por otro lado, cuando alguien se acerca a la cabina del DJ para pedirle (un pecado que no debería perdonar ninguna religión) que ponga, por ejemplo, un poco de Reggaetón, a Pixies, a Bowie, a Ramones, o algo más de Techno para, con esa canción, con esa excusa, bailar, seguramente persigue otro fin, algo concreto y personal que nada tiene que ver con la búsqueda de esa sensación de libertad que alimenta el espíritu del bailarín. Además, y esto también es un hecho comprobado, si el DJ accede, el peticionario no lo suele agradecer disfrutando alegremente de su tema en la pista, sino que seguramente lo baile casi a hurtadillas en algún rincón, si es que lo hace.
Miqui Puig indica que “no puedes esperar que el DJ haga un set a tu medida, yo quiero que el DJ me sorprenda, que ponga una canción y yo diga, ¡hostia puta! ¡Esta canción! ¡No la recordaba! ¡Wow, esto es nuevo! ¡Cómo la ha metido! Yo no voy de educador ni de “curator”, pero si yo pongo una canción bonita y te sorprende, eso es lo bueno de la sesión”
Esta experiencia, la de la persona que se acerca a la cabina a pedir algo es muy recurrente. Esto comentó José Mardi al respecto: “alguien viene y te dice, oye, me encanta la música que estás poniendo, porque es soul, ¿verdad?, pero, ¿podrías poner algo bailable? Y tú, que llevas 35 años pinchando y sabes que eso que suena es un "temón", tienes que pensar que es una sola persona de las cien que puede haber en la sala…. Creo que la gente ha madurado en todas las escenas. Bueno, no hablo de la escena mainstream y del reggaetón que no conozco, y a mí eso no me interesa, pero en las escenas más underground la gente ha madurado y acepta mejor lo que hace 15 años dudabas si pinchar o no. Hoy los oídos se han abierto, están más educados y se bailan ritmos que antes no”
Hay un club de techno en Valencia, Club Gordo, que no anuncia a los DJs que van a pinchar. Confían que su trayectoria como club sea suficiente para atraer a personas que acuden allí porque desean bailar, en este caso música techno & relatives, pero tampoco se dirigen a un público especializado que conozca todo lo que suena, cualquiera puede acudir y disfrutar con sus sesiones. Además, en el local se fomenta que los asistentes no hagan fotos ni vídeos, que no se desvíen de su objetivo y que el ambiente facilite la desinhibición. Se va a lo que se va. Estoy de acuerdo con esa filosofía. Un doscientos por cien.
Creo firmemente que hay que salir de casa decidido, motivado: “esta noche me voy a bailar”. Pues eso. Y caiga quien caiga.
No obstante, las opiniones de los DJs profesionales dejan clara su responsabilidad en el éxito de la noche, motivaciones aparte.
Amable, en esto, es tajante: “el DJ siempre es el responsable, al 100%. Eso no significa que no puedas ir jugando con ”tácticas" de más o menos intensidad, pero tu misión es tener la pista decente y animada durante toda la noche, para eso te contratan. Si no, es un fracaso”
José Mardi anda cerca de esta opinión también: “creo que el DJ sí es responsable, tiene que saber qué música pone. Si eres DJ, se supone que sabes encadenar las canciones. Puede pasar que no tengas tu noche, pero si eres DJ y la gente no te baila, algo pasa”
Aunque Miqui Puig matiza: “tener ganas de bailar es primordial, pero sobre todo saber dónde entras. Si vas a un club y no te gusta el DJ, mala suerte. No puedes pretender que ese señor ponga la música que a ti te apetece en ese momento. En eso, los británicos lo tienen muy claro, anuncian perfectamente lo que te vas a encontrar en cada lugar, el estilo, y no te equivocas. Yo, en un momento, cuando Los Sencillos tambaleaban tuve que empezar a pinchar para ganarme la vida y después de una sesión en un Primavera Sound comenzaron a llamarme de toda España para hacer bolos. El empresario que te contrata tiene que ganar dinero, y si lo haces bien, vuelves. O vales o no vales. La realidad te pone donde te pone. Pero partimos de tu “mood”. Si tú estás enfadado no vayas a bailar porque la noche será una mierda”
Sin embargo, Finalversion3, está más cerca de mi punto de vista personal, “el responsable de que la gente baile es el club como entidad, ya que es el club quien tiene que buscar el público más adecuado para la música que quieren programar y los artistas que quieren llevar. Hay clubs que no consiguen atraer al público que encaja con su programación y, cuando esa diferencia es notoria, las sesiones no convencen ni a público ni a DJs, por eso es tan importante que todo encaje. Personalmente, he tenido alguna experiencia así y es una sensación desagradable, porque sabes que ni bajándote los pantalones vas a conseguir acertar. Hace ya tiempo decidí que eso no condicionara mis sesiones porque el DJ que está pendiente de contentar en lugar de desarrollar su arte acaba siendo esclavo de un público que no es el suyo, y yo no pincho para eso. En cambio cuando el público es el adecuado, el club es el adecuado y el sonido es el adecuado, si no consigues lo que buscas con tu sesión (que puede ser bailar o no) sí que es responsabilidad tuya”
Aunque, lógicamente, uno tiene noches y noches. No siempre te encuentras motivado para bailar y eso va a tener una gran influencia en la percepción de la música que suene, sea la sea. El estado de ánimo del oyente juega un papel básico en la interpretación, en la transcripción, que de la música haga tu mente y tu cuerpo.
Se suele decir que hay canciones que te alegran, te animan, te transportan, te traen recuerdos, te deprimen, etc. También es frecuente escuchar que la música te cambia la vida y cosas parecidas. De estas afirmaciones se podría pensar que la música es capaz, por sí sola, de modificar tu estado de ánimo, y en esto sí que creo que hay una confusión con los términos que conviene aclarar.
El arte, si lo es, apela a las emociones de una u otra forma e, indudablemente, puede modular, afinar, despertar una emoción que sea incluso contradictoria con tu estado de ánimo, pero esa emoción tiene un efecto pasajero. Si se está de bajón riguroso, no creo que poner una canción alegre cambie el estado de ánimo. Quizás pueda distraerlo por un momento, pero fugazmente. El estado de ánimo perdura en el tiempo porque su origen es profundo y aflora de nuevo cuando la canción deja de sonar.
Cuando se escucha decir que tal canción o tal disco ha ayudado a alguien en determinados momentos, creo que es porque lo que se trasmite con esa canción, con esa música, te identifica, ves que otros han estado igual que tú, que no estás solo, que te acompañan en ese sentimiento y eso reconforta. Totalmente de acuerdo.
Lo que también sucede es que el arte, la música o una canción puede ayudar a encontrar una razón, despertar una emoción o un sentimiento por el que, conscientemente, merezca la pena motivarse y estar dispuesto a hacer un esfuerzo para, a partir de ahí, de esa señal, de esa luz, comenzar a dar un giro con el que conseguir a medio plazo modificar un estado de ánimo, alcanzar una meta, salir de un bache, etc, pero eso puede suceder igualmente con la palabra de un amigo, el consejo de un maestro, el abrazo de un hermano o la caricia de un ser querido.
El arte ayuda porque comunica, revela, trasmite, sacude, sí, y mil cosas más, pero si estás jodido, jodido estás. Antes y después de que suene tu canción favorita.
La novela de Nick Hornby, “Alta fidelidad”, en la que la música y los sentimientos forman un ovillo que no permite coger sólo uno de los dos hilos, tiene también una adaptación al cine que protagonizó John Cusack interpretando a un melómano aficionado al pop y propietario de una tienda de discos de segunda mano que hace balance de su vida y repasa sus fracasos amorosos. En su primera escena John está escuchando música con auriculares en su casa, enchufado al equipo de música del salón (años 80, creo) mientras su actual, y ya última, novia está recogiendo sus cosas en otra habitación para abandonarlo. La cámara enfoca a John que está sentado con sus cascos y la voz en off de su propio pensamiento dice algo así: “¿Qué apareció antes, la música o la desgracia? Se preocupan porque los niños juegan con armas, porque sus hijos ven vídeos violentos, por si les domina una especie de cultura de la violencia, pero les da igual que los niños escuchen miles, y digo miles, de canciones sobre sufrimiento, rechazo, pérdida, desgracia y dolor. ¿Escuchaba música pop porque estaba deprimido o estaba deprimido por escuchar música pop?” Aquí escondida está la respuesta que busco, mi tesis acerca de cómo influye tu particular estado de ánimo en la percepción de una obra de arte, en nuestro caso, la música.
Supongo que a cualquier aficionado a la música le habrá sucedido. Discos enteros o canciones que, escuchados en un momento determinado, no te dicen gran cosa, pasada una semana adquieren una relevancia inesperada. El disco no ha cambiado, lógicamente, luego la respuesta está implícita. Es tu propio estado anímico el que ha hecho que lo percibas de un modo distinto. La canción, en sí misma, no pudo llevarte a ese lugar en el ahora estás la primera vez que la escuchaste.
Miqui Puig me hizo un comentario que arroja algo de luz también a este respecto: “tampoco estoy a favor de la nostalgia, lo del 96 en la sala Apolo, que yo lo viví, eso no va a volver a pasar. No quiero volver a esa etapa, no quiero volver a Los Sencillos porque nacieron y se acabaron. Cuando la gente utiliza la palabra remember, me pongo muy nervioso porque parece que lo que se intenta es comprar algo del estado de ánimo de esa vida que viviste y eso no va a volver nunca más”
Habitualmente, la música que se escucha es la que tu estado de ánimo tolera o reclama. Cuando se le intenta “engañar”, los resultados pueden no ser los esperados. Tus canciones de subidón pueden sonarte aborrecibles cuando anímicamente no estás para bailes.
Un hecho que reafirma esta posición es que Spotify tiene un amplio catálogo de listas de canciones clasificadas por “estados de ánimo”. Si así lo hacen es porque saben que funciona. La gente suele elegir canciones que van con el estado de ánimo en el que se encuentra.
Ya lo había dicho Miqui Puig en otro de sus comentarios: “….partimos de tu “mood”. Si tú estás enfadado no vayas a bailar porque la noche será una mierda”
Si alguna vez decides, por lo que sea, escuchar tus canciones favoritas para bailar cuando te encuentras realmente hundido, creo que puedo pronosticar una muy mala experiencia. Como mucho, si era tu intención, conseguirás bailar durante un momento, pero bailarás triste.
El arte, la música, una canción, puede emocionarte, sin duda, pero si sales en busca de la sensación de libertad que sólo el baile ofrece, no esperes milagros y pon también de tu parte.
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