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Capítulo 1. Si no puedo bailar, no quiero ser parte de tu revolución

El baile es el modo de expresión que mejor conecta al individuo con su entorno, y también el que más le acerca a la sensación de libertad (no me refiero al Arte de la Danza, con mayúsculas, sino al baile popular, aquel que puede ser disfrutado por cualquiera)


Supongo que todos hemos experimentado esa sensación alguna vez, bailando solos en algún lugar, cuando nadie nos ve. Ese momento en el que el cuerpo toma el control del espacio que le rodea y el aire y el suelo son sus cómplices, cuando cualquier dirección que se tome es correcta y cualquier movimiento se te antoja armónico, cuando, sencillamente, el cuerpo fluye. En ese momento uno llega a sentirse poderoso, dominador, casi libre.


El lema “ART FOR DANCING, DANCE FOR FREEDOM” es la primera parte del título de este ensayo y resume mi manera de entender el baile acompañado de música.


Aunque se puede bailar al son de cualquier tipo de música, o sin ella, por supuesto, la elección de los temas o canciones seleccionadas para el baile es un factor clave porque de ello dependerá que el “bailarín”, llamémosle así ya, alcance más fácilmente su sensación de libertad. La música permite esta singular forma de interacción, ya que el espectador, el oyente, puede participar de ella bailando, lo que dota a la música de una capacidad de integración muy superior a la que se alcanza con el resto de disciplinas artísticas.


Una buena pintura se admira, al igual que una escultura que, con mucha suerte, se puede tocar, también se puede disfrutar mucho de un buen libro, de una representación, pero con la música, ah, con la música, además, se puede participar bailando, hasta el éxtasis, y compartir ese momento con otros, con muchos a la vez, con desconocidos. Una gozada. Una orgía, musical.


Sobre el baile opino lo mismo que León Benavente en su canción Como La Piedra Que Flota (2019): “¿Acaso hay algo mejor? ¿Acaso hay algo más bello que la electricidad cuando atraviesa nuestro cuerpo?..... Bailo con todas mis fuerzas”



Amable también tiene claro lo que es el baile: “para mí, es dejarte llevar, dejarte llevar a todos los niveles por la música que estás escuchando, conectar cuerpo y mente en pos de un ritmo, melodía o secuencia”


Cuando se consigue superar la natural inhibición que supone bailar así de libremente estando rodeado de otros, el baile es, además, un modo de comunicación no verbal que logra trasmitir cosas que, difícilmente, pueden expresarse de otro modo.


Sobre desinhibición y liberación habla en parte el Dance Vd que hicieron Radio Futura en su disco de despedida Tierra Para Bailar que incluía también otras versiones también orientadas a la pista:

Dance, dance, dance usted. Primero, olvide el miedo Y luego, mueva un dedo Muy despacio.

Libere la presión interior Para salir al espacio.

No pierda una sola ocasión Use el cuerpo en otra dimensión.

Dance usted



Hay muchas opiniones similares. Layla Martínez, en el capítulo dedicado a la música disco dentro del libro compartido Bailar Hasta Morir, dice: “puedes dejarte llevar por la música y ser tú mismo….puedes formar parte de una comunidad, sentir que tu vida era valiosa….puedes sentirte libre


Finalversion3 añade algunos aspectos de interés en su apreciación acerca del baile: “es la máxima expresión física humana, ya que une deporte, arte y relaciones interpersonales. Segregamos hormonas imprescindibles para la felicidad como la endorfina, la serotonina, la oxitocina o la dopamina y nos ayudan a conectar con nosotros mismos y con nuestro cuerpo. Personalmente, he tenido varias experiencias catárticas mediante el baile y los movimientos repetitivos enérgicos, y en esos momentos me he sentido muy liberado de todos los complejos físicos y de actuación. El baile no sólo me proporciona placer cuando lo hago, también cuando lo veo. Cuando estoy actuando y se genera el clima de baile que busco me contagio y no puedo estarme quieto en cabina”


José Mardi añade un componente esencial en su comentario acerca del baile: “El baile es una expresión individual y colectiva para divertirse y comunicar las emociones. Para mí es importante, aunque parece que la gente cada vez tiene menos tiempo para bailar y más para correr por el río (se refiere al Jardín del Turia, en Valencia), pero el baile, el baile en grupo, unido a la cultura pop, que es lo que yo he vivido, une a la gente por la música, no por otros condicionantes, por la música. En el mundo soul en el que yo me he movido, el leitmotiv es la música y la amistad, y si en una pista hay 40 ó 400 personas lo que se respira, igualmente, es emoción por la música


De un modo parecido se expresa Txema Urdampilleta en el libro compartido “Bailar Hasta Morir”, editado por Antipersona, cuando describe lo que sucedía en el Wigan Casino, de la escena Northern Soul. “Pero si buscabas un sitio donde lo importante era el baile, el Casino era el sitio al que ir….no había moda, ni esnobismo, ni miradas altivas más importantes que la devoción por el soul y la hermandad en la pista de baile


El baile en grupo, compartiendo la misma música, hace que los cuerpos se acompasen, lo que facilita que se establezca entre ellos una conexión primaria al margen del control mental y en la que apenas influye la edad, el género, el idioma, la etnia o la procedencia de los bailarines. Esa conexión primaria establecida entre los cuerpos es en sí misma un canal de comunicación aparte, único, que apenas está sujeto a reglas, códigos o convenios, y mediante el cual se trasmiten señales específicas que no pueden ser transcritas a otro tipo de mensaje.


De hecho, el bailarín poco experimentado en compartir la música con otros en las pistas de baile suele incurrir en errores de percepción que son muy habituales. En la mayoría de casos, los “errores” son fruto de esa poderosa sensación que le embarga, y le embriaga, tras haber establecido la conexión primaria con desconocidos con los que comparte la pista y bailan a su lado. Cuando el bailarín trata de transcribir algún estado de esa sensación a otra persona del grupo, cuando hace contacto mediante otro canal de comunicación, en muchas ocasiones fracasa y el mensaje no es entendido por el receptor, ya que esas diferencias que mencionábamos antes, la edad, el género, el idioma, la etnia, procedencia y otros muchos elementos disonantes entre las personas tienen mucho peso fuera de esa conexión primaria.


Y esto es una gran lección que hay que llevar aprendida para que la sensación de libertad conseguida gracias al baile se mantenga alta el mayor tiempo posible y los bailarines disfruten, a la vez que evitan decepciones: la conexión primaria conseguida mediante el baile no tiene una transcripción inmediata a otro canal de comunicación.


A poco observador que uno sea, habrá reparado que el número de contactos fallidos en una pista de baile supera enormemente al de éxitos. El bailarín que se deja llevar por la facilidad con la que está conectado con sus colegas de pista y trata de establecer contacto repetidamente por otro canal suele acabar pronto su sesión de baile porque los contactos fallidos frustran, entonces entra en acción el control mental, se pierde la conexión y se deja de bailar.


Cuando se intenta hablar con un desconocido en la pista de baile, el resultado suele ser desalentador en la mayoría de ocasiones. Uno se explica mal y el otro entiende peor. Si, además, el nivel de sonido es el adecuado, es decir, alto, no es de extrañar que eso suceda. Estos desencuentros tienden a romper la armonía, por lo que es recomendable que el momento de establecer contactos no coincida con el que se está disfrutando del baile. Si vas a comerle la oreja a alguien, por cualquier motivo, mejor fuera de la pista.


Otro aspecto de gran interés que vale la pena comentar es la enorme fuerza unificadora que tiene el baile. En las pistas, aunque los habituales códigos de tribu están presentes igual que en cualquier otro lugar y es posible identificar clanes por su conducta o su indumentaria, se produce una comunión con la música que iguala a las personas y las desclasa, las desclasifica, las une en una danza compartida y crea una tribu nueva, más amplia y no excluyente, aunque sólo de carácter temporal: los bailarines.


Coincide en esta apreciación Txema Urdampilleta, que en Bailar Hasta Morir escribe: “….gente a la que saludas y con la que bailas, y te despides unas horas más tarde con una sonrisa en la cara, de la que tal vez no sabes ni su nombre ni de dónde vienen, pero que volverás a ver en la siguiente”. E igualmente, Guillem Serra, que en la misma publicación, cuando describe las raves que se organizaban clandestinamente en los alrededores de la circunvalación M25 de Londres indica que “la congregación allí reunida era de lo más variopinta, convergían gentes muy dispares y se difuminaban las barreras sociales, de orientación sexual, de clase social….cuerpos, solo cuerpos moviéndose al mismo ritmo


Como en la canción “Fiesta”, de Joan Manuel Serrat (1970), “el noble y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha”. La pista es terreno neutral, allí no hay reinos. Luego, cuando la música cese y las luces de la fiesta dejen de brillar, “con la resaca a cuestas, vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas”. Pero, por unas horas, mientras dura la sesión, los bailarines, “gentes de cien mil raleas”, se hermanan.



El DJ residente de Razzmataz, Amable, confirma con este comentario: “El baile une y conecta a todo el mundo. Estoy acostumbrado a abrir miles de sesiones en discotecas y basta que consigas el primer bailarín en pista, para que, automáticamente, se vayan uniendo poco a poco los demás, los que no se atrevían a romper el hielo para estrenar la pista. A partir de ahí, todo se transforma en una comunión y conexión colectiva. La pista de una discoteca es quizás uno de los entornos más rebosantes de felicidad y buen rollo que existen”


Miqui Puig, músico, DJ y director del programa musical Pista de Fusta en iCat dice “me visualizo a mí mismo en la cabina viendo que la pista vibra al beat de la canción que tú estás poniendo. Es un momento de máxima comunión. Cuando se da esa conexión y todo fluye puede ser mágico, y muy, muy bonito”


Finalversion3 tiene una experiencia personal como bailarín que creo que encaja perfectamente con lo que estamos comentando. Nos cuenta su experiencia en una postparty del Dekmantel, festival que se celebra en Amsterdam y al que acudió con un amigo:Rrose abría con atmósferas espesas, bajos desgarrados y percusiones rugosas a un ritmo moderado para entrar en calor. Fue una hipnosis lóbrega, y cuando ya nos tenía en la palma de su mano entró Objekt tejiendo una sesión que parecía la banda sonora de una invasión alienígena, con la locura de los breaks y cambios de BPMs. Había que ser un danzante profesional para poder adaptarse a la variedad de ritmos y velocidad que nos escupió, y tanto mi cuerpo como mi mente disfrutaron muchísimo sudando entre cientos de clubbers ocultados entre el humo. Fue entonces cuando llegó el plato fuerte y Blawan nos puso a punto de nieve con su Techno. Tanto mi compañero como yo entramos en un estado mental de locura transitoria y éxtasis puro, saltando y bailando como si nos acabasen de asegurar la entrada al paraíso. No recuerdo cuánto tiempo duró ese estado, pero sé que no pude salir de la pista en ningún momento, fue como si mis necesidades básicas se hubieran puesto en pause y no necesitase más que puro hedonismo para que mi corazón siguiese latiendo”


Me parece oportuno incluir aquí esta canción, Una Tribù Che Baila, de Jovanotti (1991) / 114 BPMs, que además de ser un hit bailable válido para cualquier momento del día o de la noche, contiene un mensaje que puede resumir el sentimiento compartido en la pista. Con ayuda de un traductor online, incluyo parte de su letra:

Es una tribu que baila y busca una razón

Porque hay una tierra y una nación

Formada por los niños y por gente

De diferentes credos, colores y culturas

Porque es el único camino y es la única certeza

Para que salga la amargura de nuestros corazones

Es una tribu que baila

Y cuando tu sudor empapa la camisa

Recuerda que eres único en el mundo

Y no hay un primero y un segundo

Hay una tribu, hay hermanos

Cuanto más diferentes son, más hermanos son

Cada uno tiene su propia historia y tradiciones

Cada uno su color y sus religiones

Pero el latido del corazón es el mismo para todos

La música, la música hace que todos se muevan

Es una tribu que baila


La música siempre se ha compartido, ya formaba parte de las actividades de los humanos prehistóricos. Se han encontrado flautas hechas con hueso en cuevas donde habitaban grupos y se cree que esa música primitiva jugaba un papel pacificador, para calmar tensiones.


Y ya históricamente, el baile ejecutado con música formaba parte de las civilizaciones egipcia y griega. Se utilizaba en ceremonias religiosas, festejos o como parte de otras representaciones. Aquel baile estaba sujeto a cánones, con movimientos estructurados según patrones que los ejecutantes repetían.


Sin embargo, el baile por placer ha tenido una larga historia de incomprensión y ha estado prohibido en épocas y lugares distintos por ser considerado moralmente perjudicial, sobre todo en la edad media y en los periodos de mayor influencia social de la religión.


Culturas más cercanas en el tiempo lo fueron introduciendo en la vida diaria, por así decirlo, incluso como forma de diversión, pero todavía sujeto a estructuras, con movimientos coreografiados reflejo de su época (Renacimiento, Barroco, Romanticismo...) y del particular modo de expresión de la clase social en la que se realizara. Esa evolución ha continuado hasta llegar a la Danza contemporánea, un Arte en mayúsculas del que disfrutamos hoy.


Pero, el baile popular, el baile “no educado”, el baile por placer del que nos interesa hablar aquí tiene su origen hace relativamente poco tiempo, y nace cuando los bailarines, generalmente en pareja, ejecutan su propia versión de los movimientos que se proponían como canónicos para los diferentes ritmos. El primero, a principios del siglo XIX, fue el vals, que se extendió mucho por todo el mundo, cuyo compás de 3 por 4 continúa estando presente, y muy vigente, en la música popular de la cultura occidental.


Después las orquestas comenzaron a hacer populares otros ritmos bailables, en gran medida gracias a la difusión que se consiguió con la aparición de la radio, a principios del siglo XX. Foxtrot, charlestón, tango, bolero, pasodoble, etc, son ejemplos de este tipo de baile popular, bailes que cualquiera podía ejecutar y disfrutar, aunque generalmente en pareja. Los bailarines interpretaban a su modo aquello que congelaban las fotografías o que habían visto bailar a otros, y añadían movimientos de su cosecha. El pueblo comenzaba a disfrutar de una experiencia nueva, el baile, algo hermoso, excitante y arrebatador. Un arrebato que no distinguía género, por supuesto. El título de este primer capítulo, “Si no puedo bailar, no quiero ser parte de tu revolución”, es también el de un libro que recoge ensayos de Emma Goldman, referente del anarquismo y del feminismo de hace un siglo, que respondió así a un joven cuando le dijo, a ella que era de las incansables y de las más alegres en los bailes, que no le parecía apropiado que una agitadora social bailara.


Pero el punto de no retorno que nos ha traído hasta aquí se produce cuando el baile popular pasa a considerarse una forma de expresión individual, algo que un solo cuerpo pueda ejecutar sin la necesidad de coordinación con otro bailarín o bailarines. La sociedad tolera primero, asimila después y finalmente incorpora a su lista de actividades permitidas el baile “suelto”, sin la hasta entonces obligatoria participación de una pareja de otro género. Esa “revolución” sucedió a nivel global durante las décadas de los cincuenta y sesenta del siglo XX, paralela a la popularidad del rock and roll, a la grabación y venta de discos de manera económica y al desarrollo de la televisión como vehículo de comunicación de masas.


Ese fenómeno, la aparición y aceptación social del baile en solitario, multiplicó las posibilidades expresivas de los individuos, que no necesitaban a nadie para disfrutar del baile, y fomentó la creación de muchos más locales destinados casi en exclusiva a esa actividad, bailar. Locales en los que se reproduce música grabada, discos, lo que dio lugar a una nueva figura, una nueva profesión, un maestro de ceremonias que puede llegar a ser un verdadero artista también, el programador de canciones para bailar, el Disc Jockey (DJ), que va a ser protagonista en este texto.


A este respecto, Miqui Puig, comenta que “bailar es el momento en que tú eres tú. Aunque se baile sin gracia, es la puta libertad. El anonimato de bailar sólo en las discotecas, porque nosotros somos ya de la generación de bailar sin pareja, en la que hombres y mujeres bailan solos, sobre todo para escapar. Cuando hago el programa de radio y hablo de baile digo lo mismo: todas las subculturas de baile son para escapar de una semana de mierda, cobrando sueldos de mierda, explotados, etc, para tener, al final de la semana, noches de hedonismo y libertad absoluta”


De modo similar se expresa Layla Martínez en Bailar Hasta Morir: “la pista de baile no te libera de la alienación, pero te permite descansar un rato de ella. El lunes hay que volver a la rutina sin que nada haya cambiado, pero cuando entras el viernes en el club y el DJ comienza a girar los platos, sabes que aquello queda muy lejos. En otra vida


Creo que lo que canta y grita James una y otra vez en la canción Get Up Offa That Thing (1976), que ha sido durante un par de años la música que interpreta La Banda De Late Motiv cuando Andreu Buenafuente da la entrada a su colaborador, y buen bailarín, Miguel Maldonado, “get up offa that thing and dance ´till you feel better, get up offa that thing and try to release that pressure”, trasmite muy bien la liberación que se siente a través del baile.




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