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Capítulo 0 . Introducción. Nada que ver con Billy Elliot.

La música ha acompañado muchas de mis otras actividades desde muy pequeño, lo hacían las canciones de la radio al volver de la escuela del pueblo, ojo, escuela, no colegio. Con la merienda, y todo el tiempo que estuviera en casa después, escuchaba junto a mi madre la radio, la radio nacional, RNE, canción popular española, pasodoble, copla, lo que sonara.

A principio de los años sesenta, de muy pequeño, me había aprendido alguna de aquellas canciones y, según me dijeron luego, las cantaba bien y con la gracia propia de un niño. La radio no sólo era música, también el repaso diario de lo conseguido por los toreros durante la temporada de lidia. Se “cantaban” los resultados, como luego se hizo con la quiniela, en una letanía combinada según se hubiera dado la tarde en cada plaza, “pitos, silencio, ovación, ovación y vuelta al ruedo, una oreja, una y petición de otra, dos orejas y salida a hombros, dos orejas y rabo”. Había algo de poético en el ritmo del recitado, había musicalidad en el encadenado de plazas, toreros y triunfos, salpicado también por volteretas, puntazos en el muslo y partes médicos de herida por asta de toro con dos trayectorias de un pronóstico que nunca entendí, reservado.


La radio era la fuente de todas las noticias, pero, como es lógico, no les hacía caso alguno. La primera gran noticia de la que soy consciente no me llegó por la radio sino por mediación de una vecina que, con la cara desencajada, desde la puerta entreabierta de la calle le dio un grito apagado a mi madre para que yo no me enterara, “han matado a Kennedy”, escuché, y desapareció, asustada y presurosa como si el “Murder Most Foul” ocurrido en la Plaza Dealey de Dallas, Texas, hubiera pasado en la misma plaza de la iglesia de Casas Bajas, Rincón de Ademuz, provincia de Valencia, y los disparos aún resonaran en su cabeza. Vaya debut con las noticias. A los hijos del Rock & Roll, bienvenidos.


A partir del año siguiente, ya en la capital de la provincia, de chaval, la rutina era parecida, un transistor junto a la máquina de coser de mi madre y la Singer interrumpiendo novelas radiofónicas y canciones con su traqueteo, aunque la verdad es que no pasaba nada porque aquél incesante “chaka-chak” era rítmico y uno podía meterlo de alguna manera como acompañamiento a lo que sonara. Tampoco había más remedio.


El siguiente episodio de interés para esta introducción es una herencia. Mi hermano se puso a trabajar y heredé su transistor. Desde entonces ya nunca se despegó de mí. Sintonizando y cambiando de una emisora a otra según la hora para que siempre estuviera sonando música. “Pero cómo se puede estudiar así” era una pregunta diaria, claro. Pues, seguramente algo distrae, ahora no lo negaré, pero así estudié ya siempre.


Con 12 años escuché en aquel transistor Mamy Blue, del grupo Pop Tops (1971) , cantada en español con ese acento extranjero que tenía Phil Trim y, por primera vez, tuve una intuición que luego se ha repetido muchas veces, “esto, esto va a ser un hit”. Acerté. Lo fue, y en muchos idiomas. Una balada triste sobre el amor perdido por un chico que busca consuelo en su mamá, su mamy blue. Fui consciente entonces del poder emocionante del pop y de su potencial como vehículo de comunicación.


A partir de esa edad, los hits ya sonaban, además de en los transistores de casa, en la máquina de discos del futbolín del Tío Paco. Aquella máquina de discos nunca fue nombrada “rocola” ni “jukebox” ni tampoco recuerdo su marca. Allí los chicos pasábamos muchas horas y la máquina no paraba de reproducir su colección de singles, previo pago. Hits de “glam, soul, o rock” y también algunos éxitos de cantantes como Nino Bravo, que estamos en Valencia.


Allí, en el “futbolo”, la música tenía una clara diferencia frente a lo que escuchaba en casa, la canción sonaba para todos a la vez y unía nuestras voces, nuestras almas inquietas. Y siempre había algún chico más mayor que nos decía que aquello no era todo, que había más y que lo que se bailaba en las discotecas no era lo que salía de los altavoces de la máquina de discos sino el Sex Machine de James Brown (1970) que había llegado a las discotecas avanzadas de Valencia con algo de retraso y que tenía un título largo pero para qué más si lo del “sexmachín” ya se entendía.


También hubo, afortunadamente, un momento familiar “regalo de tocadiscos” que aprecié muchísimo, cómo no, y ahí comenzó otra línea musical que consistía en ahorrar para discos, comprar discos y escuchar discos, los mismos discos muchas veces. Seguramente el que más he escuchado en mi vida fue Desire (1976), de Bob Dylan, que se publicó justo después de la muerte de Franco, y que escuchaba en casa, en los primeros pubs de la ciudad, en reuniones con amigos, en todas partes. Todas las canciones, todos los giros de la voz de Dylan y los del violín de Scarlet Rivera, todos, de memoria.



Durante los setenta, David Bowie salía a más de disco por año y el mutante se convertía en un personaje diferente en cada uno. Era excitante, pero no se podía tener todo y había que alternar las compras con amigos, y eso pasó con Scary Monsters (And Super Creeps), un disco que inicialmente sólo compró mi amigo Juanjo, por lo que yo tenía que acudir a su casa para escucharlo o traérmelo prestado alguna vez. David cierra la década publicando en 1980, año clave, el disco que más me ha impactado, de los de él y de todos los demás, de todos. Él y Tony Visconti, su productor entonces, vertieron en el “scary” todo lo que sabían, ambos en plenitud, inspirados y técnicamente perfectos. Un Bowie, vocalmente insuperable, guapísimo y vestido como un “clown” raro definiendo las líneas de la música del futuro, la música de hoy.



¿Y bailar? Durante los primeros 70 habíamos bailado en algunos casales falleros cuando aún no nos dejaban entrar en las discotecas, que pronto comenzaríamos a frecuentar en pareja o en grupo. Y en la segunda mitad de los 70 aparecen, como una explosión, las drogas, las blandas y las duras, la más dura, la heroína golpeó sin piedad a chavales de barrio que vivieron una pesadilla de la que muchos no salieron nunca. Pero la segunda mitad de los 70 también trajo el Post Punk, la New Wave, la Nueva Ola y, oh señor, aleluya, de nuevo en 1980, se inaugura Chocolate, una disco muy diferente a la que no se iba de ligue, sino a bailar. Uno sentía que todo lo que pasaba allí era realmente moderno y, de alguna forma, tú estabas contribuyendo a una especie de progreso.


Bailar significó desde entonces algo distinto, y algo más. Descubrí, junto a una tropa que solía vestir de negro, que un buen Disc Jockey (DJ) puede hacer mucho por ti durante una sesión. Lo de Chocolate no era lo mismo que yo había experimentado en otras discotecas, en ningún sentido.


En este enlace hay muchos detalles acerca de aquel momento comentados por Luis Costa, autor del libro “Bacalao”, y por Fran Lenaers, pionero del concepto actual de DJ.



Poco después comencé a hacer mis propios recopilatorios y mixes, por afición, para escucharlos yo mismo o para compartir con amigos.


He seguido bailando según las circunstancias me lo han permitido (ahora mismo estamos en la era Covid 19 y acaban de decretar el cierre de las discotecas después de un periodo muy raro en el que se ha permitido entrar pero no bailar) y continúo haciendo mixes para bailar en plan amateur. Lo que escribo a continuación lo hago, fundamentalmente, como bailarín de pista, aunque también hay comentarios como DJ aficionado.


Precisamente por esa condición de aficionado creo que es de interés añadir otras miradas, las de DJs profesionales que ven a los bailarines desde la cabina y que, además, representan diferentes estilos y tendencias musicales, tanto en el fondo como en la forma, y que pueden completar esos ángulos y perspectivas que mi posición desde la pista, mis limitaciones técnicas y el sesgo de mis preferencias personales omitirían. Por el mismo motivo, he pedido también a un músico profesional, el baterista valenciano Edu Olmedo, su consejo y ayuda en lo relacionado con los ritmos, parte en la que se incluye también su aportación grabada.


A ellos quiero agradecer, muy sinceramente, su interés y que hayan compartido su conocimiento y experiencia:


Amable comienza como DJ en al año 85 y ha pinchando en las mejores salas y clubs de Barcelona. Los nombres más emblemáticos, de Bikini a Zeleste, que fue su propio club durante seis años, y desde el año 2000 es residente de una de las salas más grandes y con mayor trayectoria del país, Razzmatazz. Ha pinchado en, prácticamente, todas las discotecas y festivales del país (aquello de que la lista sería interminable, aquí, es cierto). Amable es, sin duda, un referente nacional de varias generaciones de DJs y el hombre que más gente ha puesto a bailar en este país. En su página amable.org puedes encontrar toda la información, contacto y también muchas sesiones del maestro.



Miqui Puig es un músico catalán que fue líder y cantante de Los Sencillos desde el año 90 al 99. Después, en solitario o como Miqui Puig & ACP ha seguido editando discos y tocando en directo desde 2004. Como DJ comenzó casi por casualidad, pero su éxito en esta área ha hecho que nunca haya dejado de pinchar por todo el país, desde pequeños clubs a grandes festivales como el Sonar o el Primavera Sound. Ha colaborado en varios programas musicales de TV y lleva también 5 años ya seleccionando y presentando música, ahora diariamente, en su programa Pista de Fusta de iCat radio.


Finalversion3 es DJ y Productor de música electrónica. Aunque es natural de Orihuela, su carrera la ha desarrollado en Valencia. Comenzó a los 17 años y, aunque todavía es muy joven lleva ya 4 años al frente de una de las propuestas más innovadoras en “clubbing” en la ciudad, Club Gordo, donde reparte tareas con otros dos DJs. En esa área también ha extendido su labor a Upper, en Madrid, y ha pinchado en festivales y clubs de todo el país. Como productor ha editado recientemente varios discos bajo su nombre de Finalversion3 y también, en colaboración, como Fase Bipolar.


José Mardi tomó ese “apellido” por su anterior tienda, Discos Mardigras, y desde su actual localización en pleno centro de Valencia, ha reafirmado la presencia en la ciudad de la música Soul con su fiesta mensual de 6 horas que acoge una disco clásica, ahora el Oven Bar, y en la que también pincha Funk, Jazz Dance, Soulful House…. En su local, Splendini Bar i Discos, continúa haciendo adictos a la causa “soul or nothing” y desde allí sale a pinchar, cargado de discos, a fiestas y eventos en cualquier lugar, incluyendo UK, escena que conoce tan bien como la de aquí.


Edu Olmedo es músico, en la actualidad es el baterista de la banda de Quique González, con el que ha grabado y hecho tours desde su disco Delantera Mítica (2013). Con anterioridad fue el batería del grupo valenciano Señor Mostaza y ha tocado o grabado con artistas como Revolver, Wanda Jackson, Sole Giménez, Presuntos Implicados, Lluis Llach, Feliu Ventura, El Inquieto Roque y muchos otros.


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